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  • Foto del escritorAngélica Vaquero

El mito de la laicidad del Estado

La religión no solo se encuentra en el plano familiar, se extiende a diferentes esferas, educación, negocios, incidencia política, tradiciones, entre otros. Siendo casi omnipotente, es imposible que ésta no determine el actuar o pensar de los salvadoreños. Los números sostienen esta aseveración pues, según una investigación de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, el 50.4% profesa la católica, el 38.2% se declara cristiano evangélico, el 8.9% dice no tener religión y el restante 2.5% pertenece a otras denominaciones religiosas[1]


Entendiendo que la sociedad salvadoreña se considera creyente, no es de extrañar que los eventos religiosos luzcan abarrotados, exista un Día Nacional de oración por El Salvador, existan vacaciones para asistir a los eventos religiosos de Semana Santa, entre otros. La influencia religiosa no termina ahí, pues además se crean iniciativas que buscan tratar problemas sociales mediante la religión.


En esa misma investigación, se resalta el hecho que la religión se transmite de generación en generación, este factor consolida algunos patrones de pensamiento, como por ejemplo, por muchos años se creyó –aunque continúan los vestigios- que las esposas debían ser sumisas a sus cónyuges. Basta recordar algunos textos bíblicos para descubrir el papel de la religión. Este hecho pertenece a la esfera privada del ser humano, pero ¿qué sucede en lo público? Se ha llegado a un extremo en el que se hablaba de la Biblia en los spots del gobierno de Funes, nuestros presidentes juramentan sobre la Biblia, se oficia oración en el Palacio Legislativo, en fin han ocurrido muchos sucesos que es imposible negar que el poder religioso es fuerte.

Durante la campaña presidencial que estamos viviendo se han dado diferentes menciones a principios religiosos; para enfatizar esto debe recordarse cada vez que los candidatos han expresado creer en Dios y guiarse mediante sus preceptos, así como la unción de uno de los candidatos por un líder religioso importante.


Siguiendo esta línea, esta herramienta es usada para atraer votos, ya que, al acobijarse en un credo la institución se encarga de legitimar sus personajes. Asimismo, puede utilizarse para otros fines como infundir miedo a una religión no tradicional en este hemisferio. Las fotos de un candidato se han viralizado en la red, así como diferentes explicaciones acerca de su religión. Ese material resulta alarmante para un ciudadano promedio creyente pues, erróneamente, juzga a un candidato presidencial en base a su fe.


El Salvador no es una teocracia, es decir, no se distribuye el poder político al líder religioso (como es el caso de Irán); entonces, si la religión no tiene la función de ser política en nuestra latitud, ¿por qué nos esforzamos en que lo sea? Es momento de verdaderamente separar lo político de lo religioso, pues al fin y al cabo constituyen distintas partes del espectro humano.

Los funcionarios públicos nos deben garantizar un buen funcionamiento del Estado, esa es la vara con la que debemos juzgar sus acciones. No debe importarnos si practican o no una religión, o peor aún si esa religión es de nuestro agrado (estaríamos irrespetando su libertad de credo); se debe hacer un análisis de cómo sus acciones afectan a nuestro país en corto y largo plazo.


Juzguemos a un funcionario público que derrocha el dinero del pueblo en lujos, al que comete corrupción, a los que cometen nepotismo, los que toman decisiones de Estado en beneficio propio; todos ellos merecen ser revocados de sus puestos, el pueblo merece un El Salvador próspero.



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