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  • Foto del escritorAngélica Vaquero

Ascenso de la tercera vía salvadoreña.

Políticamente, El Salvador se encuentra en una democracia en pañales, pues luego de una larga era de dictaduras militares (como en la mayor parte de Latinoamérica) y una guerra civil; se acordó una transición democrática en los Acuerdos de Paz o Acuerdo de Chapultepec en 1992.

Muchos salvadoreños cuestionan y se preguntan sí en serio los Acuerdos de Paz han resuelto las necesidades que se tienen, ya que la situación de desigualdad social no se ha acabado (las problemáticas económicas siempre tienen repercusiones sociales), la inseguridad alcanza niveles insostenibles, la impunidad sigue imperando, la corrupción estatal se hace cada vez más evidente el panorama se pone cada vez más sombrío.


El conflicto armado (al igual que las guerras proxy) dividieron a la masa poblacional en derecha e izquierda y consecuentemente en dos conglomerados que decían propugnar dichas ideas, este cisma se presenta hasta estos momentos. La polarización era latente.


Sin embargo, los partidos mayoritarios en El Salvador poco a poco fueron cayendo en una espiral de poca renovación ideológica, falta de interés en atender las necesidades de la población, entre ellas la que la ciudadanía percibe como lo peor de todo, la corrupción.

Con el objetivo de mantenerse en el poder se han observado alianzas extrañas en las cuales el partido que afirma de manera enérgica que es de izquierda termina doblegándose sin piedad a los intereses estadounidenses. Obviamente esto sucede porque el margen de acción que El Salvador tiene para con su vecino del norte es particular y más restringido que el de otros países con gobiernos de izquierda en décadas anteriores.


Es normal escuchar por la calle a la gente decir “yo voté por ellos porque estaban por el pueblo, pero terminaron siendo iguales a los otros”, esta frase expresa de manera concisa lo que es la crisis en la representatividad para con los gobernantes; es decir, el vulgo no siente que es representado por los personajes en el poder. Ante esta crisis, ¿los partidos tradicionales buscaron renovarse? NO. Continuaron haciendo más de lo mismo.

¿Qué se hace cuando ya no se siente representado? Se cae en la apatía, en la desesperanza por un país mejor, siete de cada diez salvadoreños sueñan con emigrar hacia Estados Unidos, Canadá o España[1], este tipo de estadísticas nos reflejan algo. La espiral de insatisfacción del país se vuelve tan estrecha que solo queda saltar de un barco que parece estar hundiéndose.

Sin embargo, alguien que rompa la dicotomía de izquierda – derecha será considerado como la esperanza que se necesita, en el caso de El Salvador es Nayib Bukele, su ascenso en la popularidad ha sido mediático (hasta el punto de discutir con dos medios escritos de renombre nacional), pero como toda buena tercera vía, encontró una manera de transmitir sus ideas, vídeos en vivo de Facebook que superan los 10, 000 espectadores. Algunas personas argumentan que este tipo de episodios de ego y grandeza son la prueba que no está capacitado para ejercer las funciones presidenciales de manera satisfactoria, así como la falta de pruebas de estudios superiores (cabe resaltar, que esto se volvió en un show sin precedentes).

La pregunta ahora es ¿cómo – si hay miles que lo aman y pocos que no – tiene las probabilidades de obtener las silla presidencial tan altas? Fácil, la población está cansada de lo mismo y aprovecharan la oportunidad para dar un voto de castigo a los partidos que ya no los representan. Normalmente, las ideologías políticas son transmitidas de padres a hijos, al igual que la religión, en el caso salvadoreño suele pasar así, aunque en este momento buena parte de la población está apoyando a Bukele, ¿por qué? Porque dado el desgaste político, ver a Bukele usando memes, tweets y calcetines de colores brillantes les transmite un sentido de pertenencia. La juventud salvadoreña se siente identificada con el millennial que usa memes para defenderse. Por esos es imparable y su popularidad no deja de subir, le da a la gente de qué hablar, utiliza las redes sociales para comunicarse con la gente que lo apoya, que no se le queda callado a ningún político que trate de humillarlo (los cuales solo ayudan a que este siga subiendo como la espuma). No es que sea querido porque sea el más apto o el “filósofo- rey” como afirmaba Platón, sino porque constituye la tercera vía. Se consolida un neocaudillismo.


Un neocaudillismo se diferencia del caudillismo clásico, por la forma de acceder al poder ya que muchos de estos (los neocaudillos) accedieron al poder por medios democráticos e hicieron uso generoso de las políticas de masas y de los recursos estatales a favor de los "desposeídos" a fin de atraer, mantener y refrendar su apoyo, en lo que se ha llamado "populismo"[2] dentro de este marco se pueden ubicar los presidentes de izquierda en América Latina.


Entre los atributos comunes al caudillo antiguo y moderno está su cualidad carismática, ¿suena parecido a Nayib?. Para Max Weber, carisma es "la insólita cualidad de una persona que muestra un poder sobrenatural, sobrehumano o al menos desacostumbrado, de modo que aparece como un ser providencial, ejemplar o fuera de lo común, por cuya razón agrupa a su alrededor discípulos o partidarios."[3] Esta es la razón por la que no importa por cual color partidario corra Nayib porque su carisma es lo que mantiene unidos a sus seguidores. Estos discípulos logran que lleguen al poder, así sucedió con Chávez, con Correa, con AMLO y próximamente con Bukele. Será interesante presenciar el desenvolvimiento de un neocaudillo que solo le falta sentarse en la silla presidencial. Claro que no está escrito en piedra que él ganará, pero su carisma es el arma letal que terminará asesinando a ARENA y el FMLN.




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